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Salió de las cobijas y le dijo, ¿Tienes cigarrillos?, se vistió lentamente mientras fumaba. Tomó el cenicero y se sentó a su lado, Ordelo observó todo el ritual, sonriente se acomodó a su lado, le besó con suavidad el cuello sin dejar de mirar su rostro plácido. Santa le lanzó un beso con la mano, salió y cerró la puerta con llave. Ahora, al bajar del taxi, instalada en la acera concurrida del centro, quieta, sintió el sol de la tarde. Tenía tiempo suficiente para llegar a preparar algo ligero y esperar a Jack, cenar juntos es algo que ella siempre procuraba, aunque no tuvieran mucho de qué platicar.
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La escritura y la vida, me provocan un placer
parecido al morbo de no saber exactamente qué sigue,
pero con la mano siempre lista, sudada y temblando,
para correr la próxima cortina, o dar la vuelta a la página y encontrar el fin
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